Las tribus indígenas de Norteamérica se caracterizaron por vivir en armonía con su entorno, pero sus valores, costumbres y creencias chocaron con la ambición del «hombre blanco». La injusticia de su historia se ha transmitido a través de la palabra, como muestran los discursos que recogemos aquí. En un itinerario que comienza a principios del siglo XIX, oímos a Casaca Roja rechazar la religión impuesta y al famoso jefe Seattle pronunciar el texto que fue para muchos el primer gran altavoz en defensa de la Naturaleza. Escuchamos al jefe Joseph lamentar la pérdida de su gente y a la joven Ruth Muskrat reivindicar su cultura. Dado el momento actual, en el que se impone un cambio de paradigma, estos textos cargados de sabiduría se convierten en referentes necesarios para cambiar nuestra relación con el entorno. «La tierra no se puede poseer; es el hombre quien pertenece a la tierra.»
QUE SE PUDRAN. EL PARALAJE DE ANTIGONA
$20,000Probablemente no haya ningún texto clásico que haya inspirado más interpretaciones, atención crítica y respuestas creativas que la Antígona de Sófocles. ¿Por qué siguen surgiendo todas estas lecturas y reescrituras? ¿A qué tipo de contradicción -siempre contemporánea- responde la necesidad, la urgencia de releer y reimaginar a Antígona en todo tipo de contextos y lenguajes? Que se pudran. El paralaje de Antígona, de Alenka Zupancic, da vueltas sobre esta pregunta: ¿Qué tiene la figura de Antígona que sigue obsesionándonos? Como puntos de anclaje claves de esta interrogación general, tres “obsesiones” particulares han impulsado el pensamiento y la escritura de la autora sobre Antígona. La primera es la cuestión de la violencia. La violencia en Antígona es lo contrario de “gráfica”, tal y como la conocemos en las películas y los medios de comunicación; más bien es aguda y punzante, va directa al hueso. Es la violencia del lenguaje, la violencia de los principios, la violencia del deseo, la violencia de la subjetividad. También está la cuestión de los ritos funerarios y su papel a la hora de apaciguar la “no-muerte” específica que parece ser la otra cara de la vida humana, su trasfondo irreductible que la muerte por sí sola no puede acabar y poner fin. Esta cuestión lleva a Zupancic a examinar la relación entre lenguaje, sexuali-dad, muerte y “segunda muerte”. La tercera cuestión, que constituye el punto central del libro, es la afirmación de Antígona de que si fueran sus hijos o su marido los que yacen insepultos ahí fuera, los dejaría pudrirse y no se encargaría de desafiar el decreto del Estado.