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Templos católicos neogóticos El Mercurio

Roger Velázquez
Arquitectura
El Mercurio

Domingo, 13 de enero de 2019

A través de un recorrido histórico por las iglesias que recuperan los elementos góticos del pasado, la académica Mirtha Pallarés devela en una investigación el papel de las 22 construcciones de esta corriente, de los siglos XIX y XX, en la esencia urbana de la capital antigua y actual. 

Es 1910, los rascacielos de Santiago lucen aún lejanos en el porvenir de la ciudad, el paisaje urbano es de baja altura, sobresalen los cerros Santa Lucía y San Cristóbal ante la vista, mientras que la cordillera de los Andes domina en sus alrededores. En medio de todo ello, una serie de agujas, diseminadas a lo largo de la capital, destacan apuntando hacia el cielo; se trata de las torres de las iglesias, con reminiscencias góticas, que se han construido paulatinamente desde mediados del siglo XIX, y que continuarán surgiendo al menos durante cuatro décadas más. “Debe haber sido una imagen bastante espectacular”, asevera el doctor en Arquitectura y académico de la Universidad Católica José Quintanilla, tras plantear el breve ejercicio imaginativo.

La evocación la hace a raíz de la investigación “Templos católicos neogóticos” (Editorial Universitaria), de Mirtha Pallarés, arquitecta y catedrática de la Universidad de Chile. En su libro, enfocado en la centuria de 1850 a 1950 en la capital, la profesora enfatiza el valor patrimonial de los santuarios de este estilo, y refrenda que han hecho una significativa contribución a la identidad nacional y de Santiago, perdurable hasta nuestros días.

“Lo importante que tienen estas iglesias es que pertenecen a una época en la que la sociedad era muy religiosa, quería estas iglesias y formó parte de su construcción. Existían los recursos para hacerlo y estaba la técnica disponible para ello”, sostiene la autora, quien, de los 117 templos católicos desarrollados en el periodo de estudio, identificó 22 con características del estilo neogótico.

Las grabaciones con el nombre de algunas familias de la época se mantienen aún en vitrales de algunas iglesias, ya que los encargaban al extranjero para donarlos, dice la autora en referencia a la participación de los ciudadanos en la construcción de estos templos. Así lo refrendan los presentes en la parte superior de la bóveda de crucería de la parroquia Santa Filomena -al norponiente del río Mapocho-, declarada Monumento Histórico en 1995; o los de la basílica del Perpetuo Socorro -en el barrio San Vicente-, que recoge la fachada gótica típica francesa de tres niveles, tres cuerpos horizontales y tres secciones verticales.

Su calidad de “hitos urbanos” -como definió la investigadora a estas edificaciones durante la presentación de su libro- responde a la función que cumplen, pues “entregan distintos paisajes y entornos que los transforman en únicos”, explica Mirtha Pallarés.

La basílica del Salvador es otro de los templos neogóticos que destacan debido a su consideración como Monumento Histórico por el Consejo de Monumentos Nacionales (CMN) de Chile. Emplazada en el límite del centro de la ciudad y el Barrio Yungay, es obra del reconocido arquitecto alemán Theodor Burchard, realizador también del Teatro Nacional de Santiago. La basílica, que sería su construcción más recordada, se vio muy afectada con los sismos de 1985 y 2010. Ya antes, entre 1935 y 1945, por la misma amenaza, el arquitecto Josué Smith reemplazó la fachada de albañilería por una de hormigón.

La ermita del cerro Santa Lucía comparte también la clasificación como Monumento Histórico por el CMN -como parte del espacio en donde se ubica-, así como la iglesia del Santísimo Sacramento, del francés Emilio Doyere, nombrado arquitecto diocesano y creador también de la Capilla San Pedro, ambas con un simbolismo y relevancia marcados por su altura.

Recorriendo las calles de la ciudad, Mirtha Pallarés descubrió la considerable cantidad de iglesias con algunos de los elementos del gótico. La ausencia de documentos que justificaran el recurrente uso de esta variante por los constructores de la época, la condujo a revisar boletines eclesiásticos, revistas de las congregaciones y libros parroquiales, para poder clarificar las decisiones y estrategias de producción y operación al momento de levantar estas obras.

El libro se esboza así como un reto. Por un lado, para la autora, a partir de las complejidades que supuso su elaboración a falta de un catastro de los templos. Por otra, para los lectores. “Lo que hace el trabajo de la profesora es desafiar a los que transitan la ciudad, a quienes la recorren; es una invitación a afinar el ojo para descubrir estos monumentos”, describe el arquitecto José Quintanilla, quien participó también como panelista en la presentación de la investigación, y agrega que, a pesar de ser obras escondidas o amagadas detrás de otras de mayor envergadura, estas edificaciones “forman parte de la historia de la construcción de Chile”.

El arribo neogótico al país

En Chile, el neogótico surgió como un presunto rechazo al racionalismo neoclásico, lo que permitió la inclusión de técnicas medianamente genuinas, explica Mirtha Pallarés en su investigación. Destacados autores europeos fueron partícipes de ello, como el francés Eugène Joannon, a quien se le atribuyen 20 edificios religiosos, además de proyectos que reemplazaron torres y catedrales dañadas por los sismos. Entre sus obras resaltan la citada parroquia Santa Filomena y el santuario Cristo Pobre -al oriente del parque Quinta Normal-, en la que usó albañilería de ladrillo, como también lo hizo en la de Corpus Domini -en el Barrio Brasil-, a la que sumó en su estructura la utilización de madera.

La formación de artistas locales tuvo un auge con exponentes como Fermín Vivaceta, Gustavo Mönckeberg, José Aracena y María Elena Vergara, arquitecta a cargo de la parroquia Jesús Nazareno -ubicada en Providencia-, cuyo proyecto final varió respecto del original, al disminuirse la altura y modificarse la “elevación en H”, típica del gótico.

Un punto importante para la instauración de este estilo fue la prosperidad económica. Las autoridades pudieron invertir en un cambio de imagen de la capital colonial por un Santiago republicano. Pero el principal impulsor del uso de esta corriente en la construcción de los templos fue la propia Iglesia Católica, ante la aparición de nuevos credos.

Estas edificaciones religiosas comenzaron a constituirse así como elementos distintivos de los sectores en los que se fabricaron, puntos de encuentro y medios de integración, además de que facilitaron el inicio de zonas de desarrollo. Como rememora la autora de “Templos católicos neogóticos”, “las iglesias les dan identidad a los lugares y son la estampa misma de las ciudades”.

Hitos urbanos

El estilo neogótico no fue el único que se hizo presente en las iglesias surgidas en el Santiago de 1850 a 1950, pero sí uno de los más importantes, subraya Mirtha Pallarés. Pese a que el periodo se vio marcado por el eclecticismo -la mezcla de estilos-, para la académica, la altura de los edificios de la corriente estudiada, junto a su morfología y ángulos, son algunos de los factores que los hacen tan distintivos y valiosos en Santiago.

“Me preocupa la basílica del Salvador, que hace mucho que está en desuso por el estado en el que se encuentra. Ahora hay algunos fondos y recursos para restaurarla”, comenta la arquitecta, y contrasta el caso con la capilla San Borja, antes perteneciente al hospital homónimo que fue demolido y reconstruido en otro sitio, y que la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile apeló para conservar. “Hoy está en manos de Carabineros de Chile. Yo a veces paso por ahí, entro a verla y está impecable. Sigue funcionando como iglesia, da gusto verla”, manifiesta sobre el edificio del realizador británico Henry Hovenden, cuya flecha gótica da un marcado sentido de verticalidad y reitera la presencia del estilo en la imagen urbana.

José Quintanilla coincide con Mirtha Pallarés al destacar que el neogótico es, en efecto, el estilo arquitectónico más representativo, al menos de la época, “porque es la imagen que se tenía de cómo debía ser la iglesia”.

Es también el que mejor representa la religiosidad, asevera por su parte el arquitecto y académico del Instituto de Historia y Patrimonio de la Universidad de Chile, Antonio Sahady. La ornamentación, los elementos decorativos, su tamaño y esbeltez, hacen que estos recintos sobresalgan y se conviertan en referencias urbanas; aunque, sugiere el catedrático, no está seguro de que sean símbolos.

“Para mí son puntos de referencia. Son una implantación de una cultura ajena. No representan nuestro pasado arquitectónico. Pero, en la medida en que se han sostenido en el tiempo, que las mantienen en buen estado y que las comunidades se identifican con ellas, se constituyen como referentes”, aclara Antonio Sahady, quien, con todo, se suma a sus colegas en distinguir a los templos neogóticos de Santiago como “hitos referenciales” de la ciudad.

Fuente: El Mercurio Economía y negocios

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