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La historia de la Editorial Universitaria comenzó en agosto de 1943, cuando un grupo de estudiantes de ingeniería de la Universidad de Chile encabezados por Arturo Matte Alessandri y Eduardo Castro Le-Fort formaron una cooperativa para publicar apuntes a mimeógrafo e importar libros de estudios, que casi no llegaban a Chile por causa de la Segunda Guerra Mundial. La cooperativa logró despertar gran interés entre alumnos y profesores, llegando a tener como accionistas a 1.500 alumnos. Juvenal Hernández, entonces rector de la Universidad de Chile, decidió patrocinar el proyecto de la Editorial Universitaria. Según cuenta Eduardo Castro, al rector le pareció una forma de solucionar el problema de la escasez de textos de estudio a causa de la guerra y una posibilidad de unificar en una sola y eficiente empresa las tareas de publicación, importación, distribución y venta de libros.

El rector aportó capital y les entregó las prensas que tenía la Universidad dando lugar a la creación de la sociedad anónima “Editorial Universitaria”. Las ideas fundamentales que entonces animaron a los fundadores y a don Juvenal Hernández fueron que la naciente empresa cumpliera con sus objetivos culturales sin un fin de lucro, preponderante, lo que no debía obstar a que la Editorial se manejara como una sociedad comercial e industrial que produjera utilidades. La Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile también contribuyó a la formación de la editorial. Felipe Herrera Lane, recién recibido de abogado, fue elegido presidente de la Federación y participó como el primer representante de la FECH en el primer directorio de la sociedad anónima. Herrera también fue el primer abogado de la editorial y el redactor de sus estatutos.

 

La Editorial quedó constituida legalmente a fines de 1947 y el primer directorio lo conformaron Juvenal Hernández (presidente), Raimundo del Río, Carlos Lagos Matus, Hugo Sievers Wicke, Felipe Herrera Lane, Pierre Lehmann Chaufour, Fernando Ríos y Arturo Matte Alessandri como director-gerente. En 1948 se instaló la nueva imprenta en la calle Ricardo Santa Cruz 747, hoy parte de la calle San Francisco. Más tarde la Universidad les entregó una pequeña sala en el segundo piso de la Casa Central donde se imprimían las memorias de título y se vendían algunas publicaciones de autores nacionales. No estuvieron mucho tiempo allí. La Editorial consiguió que la Universidad les entregara las dependencias donde funcionaban las bodegas de la Biblioteca Central de la Universidad. Luego, Arturo Alessandri a través del Ministerio de Obras Públicas logró que se les financiara la instalación de una losa de concreto que dividió el recinto de las bodegas en dos pisos; en el primero quedó la Librería Universitaria actual y en el superior el Instituto de Artes Plásticas instaló una sala de exposiciones.

La editorial constituyó como asesores a un grupo importante de escritores y jóvenes profesores universitarios que revisaban los catálogos de publicaciones europeos, franceses, ingleses y españoles. Fue así como hicieron llegar a través de la librería de la Casa Central libros europeos de filosofía, derecho y ciencias. Además, como señala Armando Uribe, la editorial comenzó a crecer y justificarse publicando libros de miembros de la Universidad sobre asuntos científico-jurídicos y con una gran producción literaria de los escritores chilenos más considerables.

 

En 1955 se importaron algunas prensas modernas y equipos de encuadernación, para reemplazar las antiguas prensas de la Universidad y el 7 de enero de 1957 un incendio lo destruyó todo. Gracias al seguro y a la labor del directorio – presidido entonces por Juan Gómez Millas- se logró reconstruir el taller, que se inauguró al año siguiente en un sitio contiguo al siniestrado. En ese lugar funcionaron los talleres de la Editorial hasta 1998. En esos talleres se publicó buena parte de lo más significativo de la cultura chilena de aquellos años. Es importante destacar que la Editorial no sólo ha publicado obras producidas por intelectuales chilenos y traducciones de textos clásicos o novedades editoriales extranjeras, sino que además gran número de textos escolares y manuales académicos. Como señala Eduardo Castro, “el Catálogo de la Editorial es tal vez el más importante del país no sólo por la cantidad de títulos (más de 750) sino, principalmente, por la calidad de sus autores, entre los que se cuentan varios Premios Nobel, todos los premios nacionales de Literatura y la mayoría de los premios de Ciencias, Historia y Arte”.

“Amster”

Una figura peculiar que solía verse en los talleres de la Editorial Universitaria era la del tipógrafo y diseñador gráfico polaco Mauricio Amster. El diseñador de origen judío nació en Polonia en 1907, estudió en Alemania y emigró a España muy joven, donde se casó con Adina Amenedo; llegó a Chile en 1939 a bordo del Winnipeg y diagramó todos los libros de la Editorial Universitaria hasta su muerte, y también buena parte de las portadas más hermosas de los libros de Nascimento y Zig-Zag.

Eduardo Castro recuerda que Amster era muy amigo y contertulio de Manuel Rojas y González Vera. “Manuel Rojas era una especie de jefe – no lo recuerdo bien- del taller de la imprenta de la Universidad que estaba en la Casa Central, el que luego heredamos nosotros. Amster entonces trabajaba en Zig- Zag y acostumbraba visitar el taller; luego tomó contacto con nosotros. Mandaba los trabajos desde su casa en la calle Bulnes o venía él mismo a entregarlos, pero siempre venía a revisar las pruebas. Era de una rapidez y una precisión asombrosas”.

Armando Uribe destaca, respecto del trabajo de Amster, cómo “los libros de la Universitaria tenían, desde el punto de vista gráfico, un decoro y hasta una elegancia que hicieron época en la labor editorial chilena, principalmente gracias al experto e intelectual de primer orden que llegó a Chile al fin de la Guerra Civil Española y que trabajó constantemente en la Editorial desde los cuarenta, hasta su muerte en 1980. Amster hizo escuela en la edición chilena, así como la Editorial ha sido una verdadera institución cultural del país”.

Además de Mauricio Amster – y en cierta medida, gracias a él- era frecuente ver en los talleres de la Universidad revisando las pruebas de sus libros a Pablo Neruda, Guillermo Feliú Cruz, Jaime Eyzaguirre, Luis Oyarzún, Eugenio Pereira Salas, Tomás Lago y tantos otros.

 

“Cormorán”

El primero de junio de 1964 ingresa a la Editorial Gabriela Matte Alessandri para solucionar una deficiencia en el sistema de importaciones. Al año siguiente fallece Arturo Matte, su hermano y fundador de la Editorial, en un accidente automovilístico. Gabriela Matte dejará entonces su trabajo paralelo en la Universidad Católica y se concentrará exclusivamente en la Editorial, trasladándose a la librería de la Alameda, desde donde coopera en la expansión de la Editorial por Santiago y el país. Es así como pequeñas librerías se instalan en la Escuela de Derecho, de Ingeniería en Santiago y posteriormente en la Escuela de Medicina de la Universidad de Concepción. Después vinieron las bibliotecas de Valparaíso y Temuco, y en 1966 las de Antofagasta, Chillán y Valdivia. En la librería de la Casa Central funcionó desde 1965 hasta entrados los setenta una especie de café literario. Eduardo Castro recuerda que le encargaron a Ester Matte que armara una tertulia los días sábados a mediodía en esa salita que está en la entrada de la librería. “Ahí ofrecía café y galletas para que se juntara la gente a conversar libremente. Iban Armando Roa, Juan de Dios Vial, José Ricardo Morales, Enrique Lihn, Jorge Teillier, Germán Marín, Jorge Edwards, Antonio Avaria. Ahí también estuvieron Benedetti, Aldo Pellegrini, Vargas Llosa y otros cuyo nombre he olvidado”.

 

Los de mediados de los sesenta fueron los años de gloria de la Editorial. En 1966 se renovó la maquinaria de los talleres gráficos introduciéndose el sistema offset y dos años más tarde se introdujo el primer dispositivo de fotocomposición computarizado. La librería tenía una vitalidad sorprendente. Eduardo Castro recuerda que una vez un editor argentino que vivía en México le dijo que lo que había visto en la Librería Universitaria era un milagro, pues en ninguna librería de América la gente hacía cola para pagar por los libros.
Durante los años sesenta la Universitaria tuvo un auge con el lanzamiento del sello editorial “Cormorán”, la primera colección chilena de libros de bolsillo. El sello estaba dividido en secciones como la de “Letras de América”, que dirigía Pedro Lastra, y otras de economía, política y filosofía, en las que asesoraban distintos especialistas.

Otras series destacadas a lo largo de los años – la Editorial ha tenido a lo largo de su historia 25 colecciones bibliográficas- han sido “El Saber y la Cultura”; “América Nuestra”, que dirigía Clodomiro Almeyda, “Fisonomía Histórica de Chile”, “Imagen de Chile”, y las de poesía, como la más reciente “El Poliedro y el Mar”. En estas colecciones han sido publicados títulos de autores chilenos y extranjeros que forman una lista vastísima. Armando Uribe destaca que “las relaciones entre los editores y la gerencia de la Editorial con los escritores chilenos fueron siempre buenas y con una gran amplitud de espíritu. Quienes dirigían la editorial eran personas letradas del tipo mismo de los caballeros chilenos que en los últimos 30 años han desaparecido casi”.

 

Las revistas

Bajo el alero de la Editorial Universitaria se desarrollaron tres revistas que tuvieron gran importancia a pesar de su vida efímera. La primera de ellas fue “Árbol de Letras”, que dirigía Antonio Avaria secundado por el poeta Jorge Teillier y el diagramador Nelson Leiva. La revista empezó a circular en diciembre de 1967 y llegó a contar los once números. Se vendió en las librerías e incluso en los kioscos a un precio que equivalía al costo de impresión. No tenían más que pequeños avisos en los que se anunciaban los libros de la editorial. Eduardo Castro recuerda que las revistas se vendían. “A lo sumo se recuperó la plata en un ochenta o noventa por ciento. Estos niños no tenían sueldo”.

Antonio Avaria muestra una copia de una carta de Neruda a Eduardo Castro en la que le dice lo siguiente: “Última hora: Me dicen que puede desaparecer Árbol de Letras. ¿Cómo es posible, caro Eduardo? La mayor revista que hemos tenido, ecléctica, bella, primorosa y usted, Eduardo, la mata? ¡No es posible! Abrazos, Pablo”.

La revista que siguió a “Árbol de Letras” fue “Cormorán”, que publicaron el poeta Enrique Lihn y el novelista y cuentista Germán Marín. Este último recuerda que la revista nació en 1969 gracias al patrocinio de la Editorial y el aporte económico de diversas entidades. “Si me atengo a la memoria, cabe señalar el de la Secretaría General de la Universidad de Chile, dirigida entonces por el joven economista Ricardo Lagos, quien preocupado de escucharnos con tranquilidad, nos invitó a su casa cierto sábado, en un departamento ubicado, si no me equivoco, en las Torres de Tajamar. Como se deduce, andábamos por la vida con el tarro duraznero a cuestas número a número de la revista, alternándonos con Enrique Lihn en dar la cara ante las pedidas que, a veces, terminaban en portazos, pues, como buenos caballeros chilenos, éramos pobres pero dignos. A través de esos esfuerzos se hicieron las siete u ocho entregas de “Cormorán” y del trabajo mismo de preparar sus páginas de creación, de reseñas, de crítica, puedo decir que constituyeron una fiesta del espíritu orquestada por el poeta Lihn y la ayuda impar de una musa de cabellos rubios”. La tercera revista importante que tuvo la Editorial fue “Dilemas”, una publicación de ensayos filosóficos que dirigió Juan de Dios Vial Larraín, donde colaboraron Félix Schwartzmann, Armando Roa, Góngora y otros académicos. Se publicaron 13 números, entre los años 67 y 72.

 

Eduardo Castro cuenta que durante los años de la Unidad Popular la Editorial sólo funcionó mal en los aspectos económicos y no así en cuanto a los libros. – “Jaime Barrios, del Banco Central, cortó las divisas para la empresa privada y entonces se le hizo la pregunta: ¿acaso no van a entrar libros a Chile? El respondió: que todos los libros entren por la Universitaria. Es así como funcionamos bien en el aspecto editorial, con algunas dificultades provocadas por ciertos ánimos estatistas. Además hay que considerar que teníamos buenos amigos como Tohá y Clodomiro Almeyda que había trabajado con nosotros”.

“Con el golpe militar se nos creó un problema muy serio porque entre los directores de la editorial había personas de la Universidad que estaban ligadas a la Unidad Popular. Nos vimos obligados a hacer una combina en la que nos ayudó Ricardo Lagos, que entonces era director. Le dije que se nos iba a crear un problema serio, porque si no hay quórum se nos acababa el directorio, y habría que llamar a una junta extraordinaria de accionistas, lo que podría resultar muy engorroso. Le pedí que me diera quórum; contábamos con Enrique D’Etigny, que estaba entre las autoridades académicas entrantes, y Julio Philippi, a quien trajo Gabriela Matte. Entonces armamos un equipo. Estaba además el rector de la universidad, el aviador César Ruiz. Ricardo Lagos y otro muchacho más nos dieron quórum. Lagos vino, a pesar de que no le era fácil”.

 

“Más tarde los militares actuaron bastante correctamente, no se metieron y si lo hicieron, fue con discreción. Incluso, un rector, cuyo nombre no recuerdo, cuando llegaban unas circulares que mandaban de la oficina de gobierno para que se destruyeran ciertos libros y se sacaran de circulación, nos decía: aquí no se rompe ni se quema ningún libro, guárdenlos dentro de una bodega. En lo demás, a pesar de las dificultades de la época, seguimos trabajando”. Armando Uribe corrobora lo anterior señalando que “el alto espíritu cultural de la Editorial Universitaria continuó aun en los períodos grises de la cultura chilena”.

Durante esos años una figura clave de la Editorial fue el poeta Eduardo Anguita. Gabriela Matte señaló en una entrevista que Eduardo Castro le pidió que trajeran al poeta a la Editorial en 1974. Anguita trabajó directamente como asesor de Eduardo Castro. Gabriela Matte recordó en la misma entrevista: “Su rol fue crucial, poseedor de una cultura universal, nos leía todo”.

Para concluir, Eduardo Castro advierte que hay que destacar cómo la Editorial, mientras siguió fiel al espíritu que animó a sus fundadores, logró llegar hasta el lugar destacado que ha alcanzado en el medio cultural y educacional de Chile y América Latina, a partir de una modesta salita de ventas, y un taller de mimeografía e imprenta con máquinas antiguas.

Marcelo Somarriva Q.
Publicado por “Artes y Letras” de El Mercurio
6 de febrero de 2000

Revisa la Historia de Editorial Universitaria en el sitio Memoria Chilena